Envenenado o no, Alejandro Magno vio cómo se extinguía su vida tras una bacanal. Los macedonios, como los griegos, rendían culto a Dionisio -hijo de Zeus y patrón de la agricultura-, y en su honor celebraban protoorgías, que, entre batalla y batalla, servían como bálsamo alcohólico y sexual. No sabemos qué variedad de vino era del gusto del joven emperador, pero sí que este brebaje, y los excesos que lo acompañaron, pudieron más que el rey persa Darío con sus doscientos cincuenta mil hombres o el Poros indio con sus elefantes.
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