Érase una vez una historia muy particular, ocurrida en el antiguo Condado de Huelva, donde nuestro apuesto personaje encantado no era un príncipe, sino un conde. Éste esperaba ansioso el beso de una hermosa joven y de este modo abandonar su aspecto anfibio, recuperando su atractiva apariencia. Un buen día, gracias a los azares del destino así ocurrió... Brindamos por unas buenas vacaciones. Nota: 4'5 sobre 5.
He conocido a personas cuyo único interés era el de suicidarse poco a poco. Me pregunto qué había en las cabezas de esos amigos que se fueron. Silvio Fernández Melgarejo fue uno de esos seres humanos para los que la vida no tiene mucho sentido si no la no ven desde el fondo de un vaso. Todo el mundo cuenta ahora anécdotas de él, de cuando estaban con él, de cuando dicen que él «les dijo»... Murió solo, no abandonado, pero solo, con la única, leal y fiel compañía de su madre y de su inseparable vaso de alcohol.
"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir".
El famoso y retórico monólogo que el replicante
Roy Batty declama ante el blade runner Deckard en sus estertores vitales ya ha
quedado grabado en la memoria de todo cinéfilo cual los regueros de lluvia y sangre que
surcan y resbalan por el rostro icónico del actor Rutger Hauer que encarna al androide. Él mismo podría haber parafraseado estas palabras entre vapores etílicos en La
leyenda del santo bebedor, del cineasta italiano Ermanno Olmi, quien se limita
a la sobriedad imitativa de la novela base de la obra, intercalando un escueto
epílogo con el letrero “Denos Dios a todos nosotros, bebedores, tan liviana
y hermosa muerte”.
Este blog se viste de gala para
referirse a un bebedor compulsivo -el novelista austrohúngaro Joseph Roth-, a su
novela testamentaria y a la premiada versión cinematográfica de Ermanno Olmi. La
película, fiel y respetuosa con el libro, narra los últimos días de un
emigrante eslavo, convertido en mendigo alcohólico, en los bajos fondos
parisinos. El encuentro fantasmal y repetido con un caballero –quien le presta
200 francos con la indulgente promesa de que los devuelva a una santa- en las
escalinatas de descenso al Sena, son el punto de partida para que el
protagonista inicie un peregrinaje parisino de idas y venidas hacia la capilla
donde se encuentra la santa imagen de la piccola Teresa, encuentros y desencuentros
con amantes y conocidos, reposos en bares y hoteles, alucinaciones religiosas y
una muerte final en olor de santidad. La película podría parecer premiosa en su
desarrollo narrativo, pero ese periplo exterior es trasunto de otro más trascendente y ajeno a ritmos trepidantes: un viaje interior en
pos de la redención final por medio de la bondad y el honor, que un cineasta humanista
y católico como Olmi no podía dejar de plasmar en el celuloide. La banda sonora de Ígor Stravinski acentúa el componente etéreo e introspectivo de esa travesía interna. Aunque la parte del león de la película se la lleva la esforzada y convincente -a pesar de que la retina cinematográfica siempre lo asocie con el Roy replicante- interpretación de Rutger Hauer: con unos primeros planos que denotan desde el comienzo del filme la agonía premortem. Y el alcohol… omnipresente, ambivalente en su
valoración y que transfigura toda una existencia.
El alcohol ha sido un motivo recurrente
en el cine y a menudo ha estado presente, bien como protagonista indiciario o
como mero elemento estético; al menos hasta nuestros tiempos en que el buenismo
y lo políticamente correcto inunda nuestra existencia (eso no se dice, eso no se toca, caca nene).
La lista sería interminable, así que voy
a destacar tres películas que tratan la cara más sórdida, triste y desagradable
del alcohol, el alcoholismo. La primera es Días
sin huella, dirigida por Billy Wilder en 1945 basándose en la novela
(«homónima» dicen que se debe escribir en este momento) de Charles R. Jackson.
Cuatro premios de la Academia se llevó: mejor película, mejor director, mejor
actor y mejor guion adaptado. El dipsómano sobre el que bascula la película, en
un plano maravillo de los cercos de los vasos sobre la barra del bar, recita
estos versos de William Shakespeare de Antonio
y Cleopatra:
I will tell you.
The barge she sat in, like a burnish'd
throne,
burn'd on the water: the poop was beaten
gold;
purple the sails, and so perfumed that
the winds were love-sick with them; the
oars were silver,
which to the tune of flutes kept stroke,
and made
the water which they beat to follow
faster,
as amorous of their strokes. For her own
person,
it beggar'd all description: she did lie
in her pavilion —cloth-of-gold of tissue—
o'er-picturing that Venus where we see
the fancy outwork nature: on each side
her
stood pretty dimpled boys, like smiling
Cupids,
with divers-colour'd fans, whose wind did
seem
to glow the delicate cheeks which they
did cool,
and what they undid did.
A continuación hemos seleccionado una
secuencia de Días de vino y rosas,
que Blake Edwards dirigió en 1962. Cosechó cuatro premios, a saber, mejor
actor, mejor actriz, mejor dirección artística y mejor vestuario. Hemos
seleccionado un fragmento en el que la protagonista recita unos versos del
poeta del siglo XIX Ernest Dowson, Vitae
summa brevis, que sirven de título a la cinta:
They
are not long, the days of wine and roses:
out
of a misty dream
our
path emerges for a while, then closes
within
a dream.
A propósito de Dowson, sus versos (Non sum qualis eram bonae sub regno cynarae)
también inspiraron a Margaret Mitchell para titular su única novela. ¿Adivinan
cuál?
I
have forgot much, Cynara! gone with the wind,
flung
roses, roses riotously with the throng,
dancing,
to put thy pale, lost lilies out of mind;
but
I was desolate and sick of an old passion,
yea,
all the time, because the dance was long:
I
have been faithful to thee, Cynara! in my fashion.
Por último, la comicidad se apodera de Arthur, el soltero de oro, dirigida en
1981 por Steve Gordon y que a lo tonto, a lo tonto, se llevó dos Óscar: mejor
actor de reparto (merecidísimo) y mejor canción, además de dos nominaciones al
mejor actor principal y mejor guion. Aquí no se cita ni se recita, simplemente
afloran las verdades de dos borrachuzos «en la barra del bar». Como si de esta
bitácora se tratara.
Ay, Henry, Henry..., un tipo serio pero golfete... Compusiste estas cancioncillas tabernarias para cantarlas con tu patulea de borrachos cuando deambulabais por las calles o en los sórdidos tugurios de Londres... La botellona del siglo XVII. Alcohol, juerga, sexo, exaltación de la amistad... Lo más crápula. Como nuestra bitácora.
Come, come let us drink. ’Tis in vain to think, like fools on grief or sadness; let our money fly and our sorrows die, all worldly care is madness.
But wine and good cheer, will in spite of our fear, inspire our hearts with mirth, boys. The time we live, to wine let us give, since all must turn to earth, boys.
Hand about the bowl! The delight of my soul, and to my hand commend it. A fig for chink! ’Twas made to buy drink, and before we go hence we'll spend it. Vamos, bebamos. No pensemos en vano, como tontos, en el dolor y la tristeza; dejemos correr el dinero y dejemos morir nuestras penas, que preocuparse de lo terrenal es de locos. Que el vino y los brindis, a pesar de nuestros temores, nos colmarán de alegría, muchachos. Que el tiempo que vivamos, démonos al vino, porque todos acabaremos debajo de la tierra, muchachos. ¡Haced pasar la copa! Oh, delicia de mi alma, y que vuelva a mi mano. ¡Al diablo con el dinero! Está hecho para pagarse un trago, así que gastémoslo antes de morir. A health to the nut-brown lass with the hazel eyes. She that has good eyes has also good thighs. Let it pass!
As much to the livelier grey, they’re as good by night as by day. She that has good eyes has also good thighs. Drink away!
I’ll pledge, sir, I’ll pledge: What ho! Some wine here! Some wine! To mine and to thine, to thine an to mine. The colours are divine. But oh! The black eyes... The black! Give me as much again and let it be sack! She that has good eyes has also good thighs. And a better knack. Bebamos a la salud de la chica morena de ojos de avellana. La que tiene hermosos ojos también tiene los muslos hermosos. ¡Pasad la copa! Los mismo para la de los vivos ojos grises, que brillan igual de día que de noche. La que tiene hermosos ojos también tiene los muslos hermosos. ¡Bebamos de nuevo! Brindaré, señor, brindaré: ¡Traed más vino, venga, traed más vino! Por los de la tuya y los de la mía; por los de la mía y los de la tuya. Sus ojos son divinos. Pero, ¡ay!, la de los ojos negros... ¡Esos ojos negros! ¡Ponedme más vino todavía hasta acabar con él! La que tiene hermosos ojos también tiene los muslos hermosos. Y ésa, es la mejor en el amor.
Las bodegas riojanas
García Carrión nutren de caldo de garrafón en tetrabrik las mesas menos
exigentes. Art Garfunkel, empuñando el cartón de Don Simón, lo que hace
icónicamente es exprimir el talento de su compañero hasta hacer de su esencia
un vino de consumo diario enlatado. Garfunkel se empeñó en empuñar su brik de
Don Simón, pero Paul logró zafarse, un poco beodo, de su partenaire y huir musicalmente hacia viñedos exóticos como los
africanos (Graceland) o brasileños (The rhythm of the saints), donde a su
compañero no se le ocurriera poner los pies, ni empinar el codo (sus
reencuentros posteriores no fueron más que regurgitaciones alcohólicas de baja
intensidad y apremio pecuniario).
La verdadera historia,
alejada de collages humorísticos, es
conocida: Paul Simon formó junto a Art Garfunkel en los años 60 un
dúo simpar en la historia de la música anglosajona. Con la referencia de
los Everly Brothers y del naciente folk sesentero de Dylan & Company, en
pocos años dieron a luz seis álbumes que forjaron la leyenda de
un pop-rock de calidad con éxitos multitudinarios: “Sounds of silence”,
“Mrs. Robinson”, “The boxer” o “Bridge over troubled water”. Si al principio
no parecían encarnar nada diferente a un "grupo" más en la escena del
folk neoyorkino, la calidad compositiva de Simon, el acierto del productor Tom
Wilson para darle aire cool a
“Sounds of silence” y el giro intelectual y amante del puro standard de Garfunkel, convirtieron al
dúo en todo un referente musical.
El papel de cada uno
estaba claro: Paul Simon era el compositor y alma del dúo, mientras que
Garfunkel ponía una imagen sofisticada, se limitaba a hacer coros, ejercer de
solista en escasos temas (los más puramente standard)
y poner los ojos -orgásmicos- en blanco cuando actuaba en directo. La amistad,
fraguada en la high school, donde ya
habían formado el dúo Tom & Jerry, terminó allá por el año 70 con las desavenencias
surgidas durante la grabación de Bridge
over troubled water. La imagen de cabecera de
esta entrada nos ha servido a los autores de esta bitácora para inaugurarla,
darle caña merecida a este tipo de envases para el vino –aunque sea de ínfima
calidad- y hacer un somero repaso al dúo más famoso de la música popular.