El alcohol ha sido un motivo recurrente
en el cine y a menudo ha estado presente, bien como protagonista indiciario o
como mero elemento estético; al menos hasta nuestros tiempos en que el buenismo
y lo políticamente correcto inunda nuestra existencia (eso no se dice, eso no se toca, caca nene).
La lista sería interminable, así que voy
a destacar tres películas que tratan la cara más sórdida, triste y desagradable
del alcohol, el alcoholismo. La primera es Días
sin huella, dirigida por Billy Wilder en 1945 basándose en la novela
(«homónima» dicen que se debe escribir en este momento) de Charles R. Jackson.
Cuatro premios de la Academia se llevó: mejor película, mejor director, mejor
actor y mejor guion adaptado. El dipsómano sobre el que bascula la película, en
un plano maravillo de los cercos de los vasos sobre la barra del bar, recita
estos versos de William Shakespeare de Antonio
y Cleopatra:
I will tell you.
The barge she sat in, like a burnish'd
throne,
burn'd on the water: the poop was beaten
gold;
purple the sails, and so perfumed that
the winds were love-sick with them; the
oars were silver,
which to the tune of flutes kept stroke,
and made
the water which they beat to follow
faster,
as amorous of their strokes. For her own
person,
it beggar'd all description: she did lie
in her pavilion —cloth-of-gold of tissue—
o'er-picturing that Venus where we see
the fancy outwork nature: on each side
her
stood pretty dimpled boys, like smiling
Cupids,
with divers-colour'd fans, whose wind did
seem
to glow the delicate cheeks which they
did cool,
and what they undid did.
A continuación hemos seleccionado una
secuencia de Días de vino y rosas,
que Blake Edwards dirigió en 1962. Cosechó cuatro premios, a saber, mejor
actor, mejor actriz, mejor dirección artística y mejor vestuario. Hemos
seleccionado un fragmento en el que la protagonista recita unos versos del
poeta del siglo XIX Ernest Dowson, Vitae
summa brevis, que sirven de título a la cinta:
They
are not long, the days of wine and roses:
out
of a misty dream
our
path emerges for a while, then closes
within
a dream.
A propósito de Dowson, sus versos (Non sum qualis eram bonae sub regno cynarae)
también inspiraron a Margaret Mitchell para titular su única novela. ¿Adivinan
cuál?
I
have forgot much, Cynara! gone with the wind,
flung
roses, roses riotously with the throng,
dancing,
to put thy pale, lost lilies out of mind;
but
I was desolate and sick of an old passion,
yea,
all the time, because the dance was long:
I
have been faithful to thee, Cynara! in my fashion.
Por último, la comicidad se apodera de Arthur, el soltero de oro, dirigida en
1981 por Steve Gordon y que a lo tonto, a lo tonto, se llevó dos Óscar: mejor
actor de reparto (merecidísimo) y mejor canción, además de dos nominaciones al
mejor actor principal y mejor guion. Aquí no se cita ni se recita, simplemente
afloran las verdades de dos borrachuzos «en la barra del bar». Como si de esta
bitácora se tratara.
1 comentario:
¡Vaya selección, Starsky, qué tres peliculones! ¡Y qué actores oscarizados, a cual mejor: Ray Milland, Jack Lemmnon y sir John Gielgud! Has puesto el listón muy alto.
Publicar un comentario