«Creo que necesito un trago. Casi todos lo necesitan, solo que no lo saben»

Charles Bukowski

27 de junio de 2017

La leyenda del santo bebedor, Ermanno Olmi


"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo... como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir".

El famoso y retórico monólogo que el replicante Roy Batty declama ante el blade runner Deckard en sus estertores vitales ya ha quedado grabado en la memoria de todo cinéfilo cual los regueros de lluvia y sangre que surcan y resbalan por el rostro icónico del actor Rutger Hauer que encarna al androide. Él mismo podría haber parafraseado estas palabras entre vapores etílicos en La leyenda del santo bebedor, del cineasta italiano Ermanno Olmi, quien se limita a la sobriedad imitativa de la novela base de la obra, intercalando un escueto epílogo con el letrero “Denos Dios a todos nosotros, bebedores, tan liviana y hermosa muerte”.

Este blog se viste de gala para referirse a un bebedor compulsivo -el novelista austrohúngaro Joseph Roth-, a su novela testamentaria y a la premiada versión cinematográfica de Ermanno Olmi. La película, fiel y respetuosa con el libro, narra los últimos días de un emigrante eslavo, convertido en mendigo alcohólico, en los bajos fondos parisinos. El encuentro fantasmal y repetido con un caballero –quien le presta 200 francos con la indulgente promesa de que los devuelva a una santa- en las escalinatas de descenso al Sena, son el punto de partida para que el protagonista inicie un peregrinaje parisino de idas y venidas hacia la capilla donde se encuentra la santa imagen de la piccola Teresa, encuentros y desencuentros con amantes y conocidos, reposos en bares y hoteles, alucinaciones religiosas y una muerte final en olor de santidad.

La película podría parecer premiosa en su desarrollo narrativo, pero ese periplo exterior es trasunto de otro más trascendente y ajeno a ritmos trepidantes: un viaje interior en pos de la redención final por medio de la bondad y el honor, que un cineasta humanista y católico como Olmi no podía dejar de plasmar en el celuloide. La banda sonora de Ígor Stravinski acentúa el componente etéreo e introspectivo de esa travesía interna. Aunque la parte del león de la película se la lleva la esforzada y convincente -a pesar de que la retina cinematográfica siempre lo asocie con el Roy replicante- interpretación de Rutger Hauer: con unos primeros planos que denotan desde el comienzo del filme la agonía premortem. Y el alcohol… omnipresente, ambivalente en su valoración y que transfigura toda una existencia.


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